Se cumplen 25 años desde que ETA mató a María Dolores Gonzalez Katarain, 'Yoyes'. Un día soleado, mientras se encontraba disfrutando de su nueva vida junto a su pequeño, la mataron en pleno día, en fiestas de su pueblo. Hoy, alguno de los que ordenaron aquel asesinato han mostrado su arrepentimiento, y pueden hacer lo que ella se propuso hacer y no le dejaron: cambiar, rehacer sus vidas, soñar, luchar por sus ideales y encontrarle un sentido a su existencia. Ella no. Esa es la incontestable y asfixiante realidad de la muerte: su irreversibilidad.
No la conocí, tampoco conozco a su familia ni a su entorno, a los que quiero hacer llegar mi solidaridad y cercanía. Pero, desde la distancia, siempre la he admirado. He admirado su coraje y sobre todo su libertad. Y creo que es de justicia reconocer que con su decisión demostró con hechos que se podía discrepar, y abrió la puerta a muchos otros que vendrían después. Ese es el mensaje con el que me quedo: todas las personas tienen derecho a cambiar, a discrepar, a decirlo alto y claro, y a practicar la diferencia.
Era tal la fuerza de ese mensaje, que se hizo insoportable para una estructura político-militar como ETA, que no admitía la disidencia. «No eres dueño de tu destino»; ese fue y sigue siendo el mensaje de los defensores de la estrategia político-militar: cada uno es libre de entrar, pero la libertad acaba cuando se está dentro. No hay puerta de salida. El que lo intente lo pagará. Como mínimo será tildado de traidor, expulsado del universo colectivo, e incluso ejecutado, como le ocurrió a 'Yoyes'.
Y este mensaje pervive, incluso ahora que la estrategia político-militar toca a su fin. Todavía no hace muchos años me dijeron una frase que se me quedó grabada: «Estáis bailando antes de la música». A lo que yo respondí: «¿Y quién toca la música?». 'Yoyes' se atrevió a bailar antes de que ETA ni el MLNV tocaran la música, en un tiempo que no lo hacía casi nadie, y lo pagó caro. Pero los que después hemos querido bailar cuando hemos querido y lo hemos hecho le estaremos siempre agradecidos por su ejemplo.
Hoy también hay presos de ETA que discrepan y hablan con claridad del fracaso de la lucha armada y de la necesidad de reconocer el daño causado, y se les hace llegar el mismo mensaje: no es el momento. Sin embargo, lo paradójico ahora es que este mensaje les llega al mismo tiempo que se apuesta por las vías políticas, y se argumenta que «ETA sobra y estorba». Lo paradójico es que todas las organizaciones del MLNV han firmado el Acuerdo de Gernika, al mismo tiempo que a los presos disidentes se les pone dificultades para que lo firmen antes de que lo haga el colectivo EPPK. ¿Por qué? Porque incluso en los momentos de cambios de estrategia, los cambios no se dan hasta que lo decida quien tiene que decidir: la vanguardia. Y es la vanguardia, y solo la vanguardia, quien debe construir el relato argumental de por qué ahora, para así intentar maquillar las verdaderas razones del cambio de estrategia.
Pero nuevamente hay que agradecer a los discrepantes por desbrozar el camino y, sobre todo, por su claridad. Para que el cambio de estrategia sea creíble y establezca bases sólidas hay que reconocer que la persistencia de la lucha armada ha sido un error político, estratégico y sobre todo humano. Que ha generado un dolor propio y ajeno insoportable que hay que reconocer y en la medida de lo posible, reparar. Y esto lo tienen que verbalizar los que dicen «ahora vías políticas» sin que haya habido ningún cambio político objetivo. ¿Por qué ahora? Es exigible que se reconozca el error y el sufrimiento causado y no tratar de poner el foco de atención en otras cuestiones, ni tratar de maquillar el cambio con victorias electorales puntuales, ni mucho menos haciendo llamamientos a todos para acompañarlos en un proceso que es suyo e intransferible: pasar de la defensa de una estrategia político-militar a una estrategia exclusivamente política.
Porque de lo contrario estaríamos renunciando a la memoria y al aprendizaje que nos reporta la memoria de lo que nunca debió pasar, de lo que nunca debimos hacer, y ante lo que nunca debimos callar.
Creo sinceramente que nuestra mayor responsabilidad en estos momentos es para con las generaciones futuras. No podemos cambiar la historia, pero sí podemos cambiar el futuro. Tenemos que decirles a nuestros jóvenes que no hay nada, ningún valor político superior a la dignidad humana. Es nuestro deber liberar a las futuras generaciones de la carga de responsabilidad histórica en la que se han visto atrapados muchos jóvenes durante décadas por el relato épico-dramático que ha envuelto la historia de ETA.
Es responsabilidad de las personas de izquierdas y abertzales demostrar que se puede ser de izquierdas y anhelar la libertad de nuestro pueblo y ser el más contrario al recurso a la violencia. Y sobre todo es responsabilidad de los que han alimentado el relato que ha posibilitado la pervivencia de ETA durante tantos años deshacer ese relato, hablar claro, asumir el error, reconocer el dolor causado, admitir que no se alcanza la libertad como pueblo sin respetar la libertad personal y, de esta manera, romper con la espiral del sufrimiento.
AINTZANE EZENARRO en Diario Vasco
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